Omelia pronunciata dal card. Antonio María Rouco Varela
El eco gozoso de la acción de gracias al Señor por la canonización de Josemaría Escrivá llega hoy todavía cálido y vibrante hasta esta basílica de San Pablo de Extramuros para muchos peregrinos de España que sienten todavía con emoción, en lo más hondo del alma, la alegría del pasado domingo en la Plaza de San Pedro, cuando Juan Pablo II le declaraba y definía Santo para la Iglesia, urbi et orbi. La gratitud al Señor se alimenta también esta mañana, en esta basílica de San Pablo Extramuros, de la íntima convicción de que, con san Josemaría Escrivá el Papa nos ha regalado un modelo e intercesor admirablemente actual para responder a la llamada de la gracia, como Jesucristo lo espera de nosotros al emprender la singladura cristiana del siglo XXI.
Esta mañana la inmensa riada de los peregrinos se remansa en las basílicas e iglesias romanas para modular con sus pastores propios los especiales motivos de su gratitud a Dios, a la Iglesia y al Papa por la canonización de san Josemaría Escrivá. Un grupo numeroso de peregrinos españoles lo
hacemos aquí, evocando las razones naturales y sobrenaturales de nuestro agradecimiento, precisamente en la basílica construida sobre la tumba de san Pablo, aquel Apóstol singular por su ardiente amor a Jesucristo, que decía: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia”; y que “nunca me precié entre vosotros de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado”.
Difícilmente se podía escoger un lugar mejor y más significativo para la Acción de Gracias de España en Roma que éste. ¿Sería demasiado atrevido hablar de sintonía paulina como el nervio espiritual que caracterizó el alma de san Josemaría Escrivá de Balaguer, una de las grandes figuras apostólicas del siglo XX?
Es verdad que todo cristiano reconocido y proclamado por la Iglesia como santo pertenece a toda ella, una y única Comunión de los santos, de la que es Reina y Madre María, la Virgen Santísima, la Madre de Dios. Pero también es verdad que los santos son hijos de una Iglesia particular concreta, en la que fueron bautizados, hijos de una familia y de un pueblo con nombres y fisonomías propios. San Josemaría Escrivá fue
hijo de la Iglesia que peregrina en España, nació en España, y está unido a ella con unos vínculos de caridad pastoral y de amor sacerdotal únicos, de una vigencia -la de la Gloria- que no cesará jamás.
Muchos de vosotros, los mayores, lo habéis conocido y tratado personalmente en vida. Fue un padre que os ha amado y cuidado espiritualmente, con un amor nacido de las mismas entrañas de Jesucristo, en las horas decisivas de la conversión, las de la elección del proyecto de vida y las de la vocación específica dentro de la Iglesia como sacerdotes, consagrados, esposos y padres de familia, laicos en el mundo. Nunca hubo dudas sobre el objetivo final: vuestra santificación a través de todas las circunstancias de la vida, las ordinarias y las extraordinarias.
¿Y cómo no os vais a sentir especialmente conmovidos, sin posible parangón, sus hijos e hijas de los primeros momentos de la Obra, fruto y semilla a la vez de sus jóvenes y crucificados afanes apostólicos por abrir en la Iglesia del siglo -la del Concilio Vaticano II-, un nuevo surco para la realización de su misión en el mundo de nuestro tiempo, el del acercamiento a todos los fieles cristianos, especialmente a los laicos, del ideal de la vocación universal a la santidad?
La clave para la Iglesia en España
Seguro que muchos de vosotros recordaréis las palabras proféticas de estímulo y esperanza cristiana de san Josemaría en momentos difíciles de contradicción y doloroso calvario: “¿Sabéis por qué la Obra se ha desarrollado tanto? Porque han hecho con ella como con un saco de trigo: le han dado golpes, la han maltratado, pero la semilla es tan pequeña que no se ha roto; al contrario, se ha esparcido y ahora tenemos tantas vocaciones, y somos como una familia numerosísima, y hay millones de almas que admiran y aman a la Obra”.
También los jóvenes, incluso los muy jóvenes y los niños – vuestros hijos-, lo conocen, estiman y quieren, como se quiere a un viejo y entrañable amigo -hoy, además, un santo- a través del relato de los recuerdos más preciosos y del ejemplo de sus mayores. Es el momento de proponer de nuevo a todos, con convicción, este alto grado de la vida cristiana ordinaria. ¡He aquí vuestro reto de siempre, urgente hoy como nunca, tan certeramente captado en las palabras del Papa como exigencia primordial para la Iglesia que estrena siglo!
Nada hay tampoco más apremiante para los católicos de España, en esta encrucijada histórica, que el mensaje, “viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo” (San Josemaría Escrivá), de que todos debemos ser santos, santificando el trabajo profesional y las demás circunstancias ordinarias de la vida. La clave del futuro para la Iglesia en España es: ¡Revestirse de Cristo! volviendo a recorrer el camino de la humildad, de la cruz, del amor a los pobres -los del alma y los del cuerpo-. A ese revestirse y empaparse de la gracia y de la ley de Cristo hemos invitado los obispos españoles a todos los católicos en nuestro Plan Pastoral para los próximos cuatro años -Una Iglesia esperanzada. «Duc in altum»-. Estamos convencidos de que sólo así evangelizaremos, de nuevo, como nos lo pide Juan Pablo II. La canonización de san Josemaría es gracia providencial para comprender este camino de la pastoral de la santidad con diligente actualidad.
¡Cuánto lo agradecerán nuestros jóvenes que se debaten entre las dudas sobre el sentido de la realidad y de la propia existencia, y las ofertas de modelos de vida falseados por el materialismo y secularismo de moda, inevitablemente egoísta y frustrante; pero que, a la vez, notan el ansia y la moción de la gracia de Dios y de los dones de su Espíritu que les impulsa a la búsqueda de ideales grandes y generosos! ¡Cuánto lo agradecerán todos los marginados de la sociedad: los ancianos abandonados, las familias rotas y maltratadas, los sin trabajo,
los inmigrantes explotados, los tristes y afligidos por cualquier causa, los solitarios, los pecadores…!
¡Y cuánto lo agradecería la sociedad española, amenazada por el terrorismo, que comparte el dolor de las víctimas y de sus familiares, y que ve cómo no cesa de afligir con crueldad inaudita a tantos ciudadanos dentro y fuera del País Vasco, temerosos y angustiados por el peligro diario que corren sus vidas y las de sus familias! Si viviéramos y obrásemos con los mismos sentimientos de Cristo Jesús, se despejaría para España ese horizonte del terror definitivamente. Incluso más, se desvanecerían los peligros de desunión y de mutua insolidaridad, tan poco conformes con las exigencias de la justicia y del amor cristiano, que tanto nos tientan.
La canonización de san Josemaría ha encendido para el momento actual de la vida de la Iglesia y de la sociedad española la extraordinaria luz de una figura humana, cristiana y sacerdotal. «Si en algo quiero que me imitéis, es en el amor que tengo a la Virgen», repetía nuestro Santo cuando rechazaba con suave firmeza elogios y reconocimiento a su persona. ¡Imitémosle!
E incluyamos al Papa en esta oración y acción de gracias eucarística, a Juan Pablo II, su persona, su salud, sus intenciones, con sentimientos renovados de devoción y afecto filial. De nuevo nos ha distinguido a nosotros y a España con un extraordinario gesto de delicadeza paternal, el de la canonización de san Josemaría Escrivá: un santo español contemporáneo para la Iglesia universal y para el mundo.
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